Fotografia de MarianGardi
Registrada en el registro de la Propiedad de Granada n° 1276
En la casa de las afueras del pueblo, en el campo, vivían las tres mujeres solas. El abuelo era representante de juguetes y en uno de sus viajes de trabajo se echó una querida en Madrid. El día que la abuela se enteró, no quiso volver a acostarse con él en la misma cama. Así fueron enfriándose los cuerpos y las almas. Los viajes del abuelo cada vez eran más largos. Hasta que se distanciaron mucho. Aparecía en la casa cada seis meses de visita y les dejaba dinero a las mujeres para que no murieran de hambre.
Mi madre y mi tía iban con la tartana a vender por los campos todo lo que fuera vendible, desde cacharrería, botijos, pan, dulces, bizcochos, que fabricaban ellas en el horno de piedra que había en el patio de la casa junto a la cocina de leña. En la memoria quedaron fotografiados los clichés de las imágenes de aquella casa de rejas frente a la era: El sonido del reloj de pared en el salón, los suelos brillantes, la oscuridad de las persianas y ventanas cerradas para que el Sol no fuera generoso en calentar la casa en el verano.
El porche donde se descascarillaban las almendras en familia entre conversaciones y risas con la tartana de lona verde presidiendo la estancia. Los chorizos y morcillas colgando en los palos de la alacena, los jamones enterrados en sal. Las sartenes brillantes para la matanza colgadas de las paredes. El arado y las herramientas de trabajar el campo oliendo a tierra. La noria sacando el agua, las gallinas picoteando el entorno, el huerto de frutales, los almendros en flor. Las habas tiernas, guisantes y tomates recién cogidos llevados a la boca. Las palas de las tuneras con los higos chumbos en flor. Las golondrinas anidando en el techo del porche. Paisajes que surcan mi pensamiento en un álbum de imágenes indescriptibles, porque lo ideal es vivirlo, sentir los aromas y las texturas.
Me gustaba registrar los cajones de la cómoda y de los armarios, ya que siempre encontraba algo que despertaba mi curiosidad como la cabeza de una muñeca rota de porcelana, fotografías y postales antiguas, cartas, alguna puntilla de bolillo enroscada y metida envuelta en papel de seda blanco.
Si la abuela no le hubiera negado el cuerpo al abuelo, mi madre decía que él no se habría ido de la casa para siempre, que los hombres son cazadores y si les falta comida pronto van a buscarla en la calle. Siempre me aconsejaba: "Las mujeres deben ser listas y aguantarlos, porque luego las que perdemos somos las mujeres. Si no tenemos quièn mire y se preocupe de nosotras, somos unas desgraciadas".
Ella entonces desconocía que el destino estaba preparándole algo inesperado que contradeciría sus palabras.
MarianGardi©